14 septiembre, 2010

Un Sabina pendiente



Han transcurrido más de 100 días de mi encuentro con una parte de la banda sonora de mi vida, una cita con la música, la poesía y con el Sabina. Como suele decirse el deseo tiene un gustito especial, más que la concreción del deseo; y algo de eso tuvo el viaje a Lima, la espera y las ansias de llegar al Jockey Club en una noche tan fría que parecía que jugaba de local; encontrarte con un campo abierto plagado de blancas sillas plásticas ubicadas militarmente frente a un gran escenario donde luego de dos horas de espera se presentaría el hombre del bombín.
Se apagaron las luces y el domador de versos inició su faena interpretando el primer corte de su último disco “Tiramisú de Limón” provocando el delirio y coro generalizado de los presentes (cantar no es mi fuerte ¡pero como evitarlo!); y luego una sucesión de canciones de su nueva producción y su clásico repertorio matizado con piropos a los asistentes, a la ciudad, a la literatura; y claro la imperdible colección de monólogos que le daban un respiro a su legión de músicos, pero que mantenía atento a un auditorio ávido de toda palabra que salía de los labios del juglar español.
Difícil de explicar toda la emoción, euforia, alegría y lagrimas reprimidas durante las dos horas del concierto y sobre todo el gustito de decir para mis adentros: “Yes, dejo de ser un sueño”.
Luego de su primera y celebrada interpretación termino de meterse a su público (me incluyo) al bolsillo diciendo: “Este no es un concierto cualquiera para nosotros  …es el ultimo de una gira… y hoy nos dejaremos el alma en el escenario” y fue así, cual Ronaldinho que juega por el gusto de divertirse, el flaco y su troupe de músicos se divertían y gozaban en el escenario, pero con el profesionalismo y la seguridad de que cumplían su promesa inicial. Tengo tan mala memoria que no podría como lo hacen mis hijos luego de asistir a un concierto, ennumeran las canciones interpretadas o ubican los errocillos cometidos por los músicos; pero tengo la seguridad que la dosis sabinera recibida esa madrugada fue la correcta; ni sobro, ni falto, estuvo en su punto.

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